martes, 2 de agosto de 2011

Octaba.

Me pondré monóculo y sombrero de copa. Tan alto como las farolas que iluminan las calles mojadas a las cinco de la mañana de un sábado cualquiera.
Desempolvaré mi capa y abrillantaré el bastón de madera negra, más negra aun por los años y el uso que por su color original.
Me pondré zapatos altos, tan altos que pueda rozar con la punta de los dedos los arcos de las puertas sin tener que desdoblar el codo.
Pintaré una nariz de payaso con los colores que jamás existieron.
Trenzaré mi pelo.
Me pintaré las uñas con el color del amor y de la risa de los niños cuando comen helados, y se les derrite cayéndoles entre los dedos.
Llevaré un saco sin fondo para repartir sonrisas. Para repartir alegría, para hacer sueños realidad y sujetar en la caída a cada una de las personas a las que quiero, a las que amo con las diferentes conjugaciones del verbo amar, y a las que adoro, y a las que aun no conozco pero sé que serán importantes. Y a las que jamás conoceré.
Le sonreiré a cualquier transeúnte y se preguntará qué es lo que me hace tan feliz. Lo que hace que no decaiga pese al tremendo aguacero que cae este martes, a las cinco.
Pues bien, se llama vida, y queridos amigos, querida familia, está hecha a base de olor de bebe, barró, risa de una niña pelirroja, pecas de cien personas distintas, un diente de leche, granos de café olvidados, y algún que otro secreto mas. Y es, la droga mas barata que existe y jamás existirá.

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